LA NIÑA QUE FUMA II, BRUNO VÁZQUEZ

LAS MIL Y UNA EXCUSAS DE LA CENSURA

La censura en el arte, un tema tan antiguo como la creación misma y al que recurrimos con frecuencia en este espacio, vuelve a situarse en el centro del debate contemporáneo impulsada por dos incidentes recientes que han generado controversia y reflexión sobre los límites de la expresión artística.

Por un lado tenemos el caso de ‘Manuel’, icono ‘queer’ que ha generado vibraciones positivas en ARCO, una de las ferias de arte contemporáneo más importantes del mundo, pero que, paradójicamente, ha encontrado la censura en plataformas digitales como Instagram. Por otro lado, el Ayuntamiento de Móstoles, gobernado por PP y Vox, ha cancelado también recientemente una exposición fotográfica de Olga Barra, conocida como Dhikena, bajo la acusación de que “atenta contra la moral”, una decisión que resalta la tensión entre los valores conservadores y la libertad de expresión artística.

«La capacidad del arte para desafiar, cuestionar y ofrecer nuevas perspectivas es vital para el crecimiento de una sociedad democrática y abierta.»

Estos eventos subrayan una compleja batalla cultural y política sobre quién tiene el derecho a decidir qué es arte y qué no, qué es moralmente aceptable y qué constituye una transgresión. La censura de ‘Manuel’ en Instagram nos enfrenta a las limitaciones que las corporaciones digitales imponen sobre la expresión artística, operando bajo políticas y algoritmos que, en ocasiones, parecen descontextualizar y simplificar la riqueza y complejidad del arte. Mientras tanto, el caso de Móstoles nos recuerda el poder que ejercen las instituciones y partidos políticos sobre el espacio público y cómo este poder puede ser utilizado para promover una agenda cultural específica, marginando voces y perspectivas que consideran inconvenientes o provocativas.

La cuestión fundamental que estos casos plantean es si la censura sirve como una herramienta legítima para proteger ciertos valores comunitarios o si, por el contrario, representa una violación a la libertad de expresión y un obstáculo para el desarrollo del pensamiento crítico y la diversidad cultural. La capacidad del arte para desafiar, cuestionar y ofrecer nuevas perspectivas es vital para el crecimiento de una sociedad democrática y abierta.

«El arte ha sido un vehículo para el cambio social precisamente porque ha sabido incomodar»

Este debate no es meramente teórico, sino que tiene implicaciones prácticas significativas para artistas, curadores, instituciones y el público en general. La decisión de censurar ciertas obras de arte o expresiones culturales no solo afecta a los creadores, limitando su capacidad para explorar y comunicar ideas, sino que también empobrece el tejido cultural, privando a la sociedad de oportunidades para el diálogo, la reflexión y el cambio.

En este contexto, es esencial preguntarnos: ¿Dónde deberíamos trazar la línea entre proteger sensibilidades y promover la libertad de expresión? ¿Cómo pueden las plataformas digitales y las instituciones equilibrar estos intereses, a menudo encontrados, de manera justa y responsable? La búsqueda de respuestas a estas preguntas es crucial para garantizar que el arte continúe siendo un espacio de exploración ilimitada y un reflejo auténtico de la diversidad humana.

BRUNO VÁZQUEZ

Es indispensable la incorporación de Bruno Vázquez en nuestro debate sobre la censura en el arte. Siempre añade una perspectiva ferozmente apasionada y sin tabúes sobre la libertad creativa, con la que nos identificamos y nos sedujo desde los inicios de Kripties, de ahí nuestra relación y colaboración permanente.

Bruno no solo comparte y enriquece nuestra visión, sino que también nos desafía a confrontar nuestras propias limitaciones y prejuicios sobre lo que el arte puede y no puede ser.

Vázquez subraya un punto crucial: la historia del arte está repleta de momentos de transgresión y de obras que, a través de su dureza expresiva, han desempeñado un papel fundamental en el envío de mensajes potentes y desafiantes al público. Desde la provocativa performance de Marina Abramovic hasta la inquietante instalación de Vito Acconci, y el perturbador proyecto de Guillermo Vargas*, la lista de ejemplos es extensa y variada. Estas obras, en muchos casos, han generado debates intensos y han obligado a la sociedad a enfrentarse a verdades incómodas y a menudo invisibilizadas. Y esto es solo un pequeño esbozo de lo mucho que el ser humano ha hecho por el arte.

«Posiblemente por falta de una comprensión profunda del arte y su historia se sienten incómodos o directamente ofendidos»

Lo que Bruno defiende con vehemencia es la idea de que el arte no debe doblegarse ante modelos sociales arcaicos ni ante la presión de mantenerse dentro de lo que se considera «políticamente correcto», especialmente cuando dicha presión proviene de grandes corporaciones o de instituciones gobernadas por ideologías conservadoras. La creatividad del artista no debería estar restringida ni condicionada por temores a la censura o al rechazo por parte de ciertos sectores de la sociedad que, posiblemente por falta de una comprensión profunda del arte y su historia, se sienten incómodos o directamente ofendidos por expresiones que desafían sus percepciones, siempre que no se ejerza daño o perjuicio físico o psicológico durante la actividad artística.

Esta declaración es una llamada a la acción para que los artistas continúen explorando los límites de la expresión y para que la sociedad, en su conjunto, reflexione sobre el valor del arte como medio para el cuestionamiento y el debate. La historia nos enseña que el arte ha sido un vehículo para el cambio social precisamente porque ha sabido incomodar, porque ha tenido la audacia de mostrar aquello que muchos preferirían ignorar o esconder bajo la alfombra.

El debate sobre la censura en el arte es, en esencia, un debate sobre la libertad de expresión y sobre cómo valoramos y protegemos ese derecho en un mundo cada vez más interconectado y, paradójicamente, a menudo más polarizado. Bruno Vázquez nos recuerda que, si bien el arte puede ser bello, también puede ser un instrumento de crítica y un espejo de nuestras más complejas y oscuras realidades. Su mensaje es claro: el arte no debe pedir permiso para existir ni para expresarse; al contrario, es un derecho inalienable que debe ser defendido a toda costa.

«Así que yo digo: si quiero poner un tío comiéndose una polla dura en una pantalla, o una mujer masturbándose o personas follando, o porno bizarro, para conseguir el efecto que, como artista, quiero expresar, pues lo pongo».

*«Guillermo Vargas puso a un perro atado en una galería junto a comida pero no podía llegar; el perró murió porque nadie le acercó la comida al perro; tal y como pasa en la realidad, donde hay tantas personas muriendo de hambre y nadie hace nada.» Bruno Vázquez y Kripties han manifestado en innumerables ocasiones su oposición al maltrato animal como forma de expresión artística.

THE THOUSAND AND ONE EXCUSES FOR CENSORSHIP

Censorship in art, a subject as old as creation itself and to which we frequently recur in this space, is once again at the centre of contemporary debate driven by two recent incidents that have generated controversy and reflection on the limits of artistic expression.

On the one hand we have the case of ‘Manuel’, a queer icon that has generated positive vibrations in ARCO, one of the most important contemporary art fairs in the world, but that, paradoxically, has encountered censorship on digital platforms such as Instagram. On the other hand, the Móstoles Town Hall, governed by PP and Vox, has also recently cancelled a photographic exhibition by Olga Barra, known as Dhikena, under the accusation that it «violates morality», a decision that highlights the tension between conservative values and freedom of artistic expression.

«The ability of art to challenge, question and offer new perspectives is vital for the growth of a democratic and open society.

These events underline a complex cultural and political battle over who has the right to decide what is art and what is not, what is morally acceptable and what constitutes a transgression. The censorship of ‘Manuel’ on Instagram confronts us with the limitations that digital corporations impose on artistic expression, operating under policies and algorithms that, at times, seem to decontextualise and simplify the richness and complexity of art. Meanwhile, the case of Móstoles reminds us of the power that institutions and political parties exercise over public space and how this power can be used to promote a specific cultural agenda, marginalising voices and perspectives that they consider inconvenient or provocative.

The fundamental question these cases raise is whether censorship serves as a legitimate tool to protect certain community values or whether, on the contrary, it represents a violation of freedom of expression and an obstacle to the development of critical thinking and cultural diversity. The ability of art to challenge, question and offer new perspectives is vital to the growth of a democratic and open society.

«Art has been a vehicle for social change precisely because it has been able to discomfort».

This debate is not merely theoretical, but has significant practical implications for artists, curators, institutions and the general public. The decision to censor certain works of art or cultural expressions not only affects creators, limiting their ability to explore and communicate ideas, but also impoverishes the cultural fabric, depriving society of opportunities for dialogue, reflection and change.

In this context, it is essential to ask: Where should we draw the line between protecting sensibilities and promoting freedom of expression? How can digital platforms and institutions balance these often conflicting interests in a fair and responsible way? The search for answers to these questions is crucial to ensure that art remains a space for limitless exploration and an authentic reflection of human diversity.

BRUNO VÁZQUEZ

The incorporation of Bruno Vázquez in our debate on censorship in art is indispensable. He always adds a fiercely passionate and taboo-free perspective on creative freedom, which we identify with and have been seduced by since the beginnings of Kripties, hence our ongoing relationship and collaboration.

Bruno not only shares and enriches our vision, but also challenges us to confront our own limitations and prejudices about what art can and cannot be.

Vázquez underlines a crucial point: the history of art is replete with moments of transgression and works that, through their expressive harshness, have played a fundamental role in sending powerful and challenging messages to the public. From Marina Abramovic’s provocative performance to Vito Acconci’s unsettling installation, and Guillermo Vargas’s disturbing project*, the list of examples is long and varied. These works, in many cases, have generated intense debates and have forced society to confront uncomfortable and often invisible truths. And this is just a small outline of how much human beings have done for art.

«Possibly because they lack a deep understanding of art and its history, they feel uncomfortable or directly offended».

What Bruno vehemently defends is the idea that art should not bow to archaic social models or to the pressure to remain within what is considered «politically correct», especially when this pressure comes from large corporations or institutions governed by conservative ideologies. The artist’s creativity should not be restricted or conditioned by fears of censorship or rejection by certain sectors of society who, possibly lacking a deep understanding of art and its history, feel uncomfortable or directly offended by expressions that challenge their perceptions, as long as no physical or psychological harm or damage is done in the course of artistic activity.

This statement is a call to action for artists to continue to explore the limits of expression and for society as a whole to reflect on the value of art as a medium for questioning and debate. History teaches us that art has been a vehicle for social change precisely because it has been able to discomfort, because it has had the audacity to show what many would prefer to ignore or sweep under the carpet.

The debate about censorship in art is, in essence, a debate about freedom of expression and how we value and protect that right in an increasingly interconnected and, paradoxically, often more polarised world. Bruno Vázquez reminds us that while art can be beautiful, it can also be an instrument of criticism and a mirror of our most complex and darkest realities. His message is clear: art should not ask permission to exist or to express itself; on the contrary, it is an inalienable right that must be defended at all costs.

«So I say: if I want to put a guy eating a hard cock on a screen, or a girl masturbating or people fucking, or bizarre porn, to get the effect that, as an artist, I want to express, I put it on.

*Guillermo Vargas put a dog tied up in a gallery next to food but he couldn’t get to it; the dog died because nobody brought the food to the dog; just like in reality, where there are so many people dying of hunger and nobody does anything». Bruno Vázquez and Kripties have on countless occasions expressed their opposition to animal abuse as a form of artistic expression.